Julio Montes Escala
PADIGITAL
Mis libros favoritos han sido en todo momento las epopeyas como el Ramayana y el Mahabhrata. Escogí el seudónimo por el que todo el mundo me conoce por el nombre de mi padre, quien se llamaba Rogelio, y Sinán, por el monte Sinaí de la Biblia y por el filósofo francés Ernest Renan.
Siempre he tenido pavor a las serpientes. Recuerdo cuando vivía en la India que algo se movía sobre mis piernas estando acostado en mi cama. Me quedé paralizado toda noche, pues era una víbora y sentía que ese día iba a dar mi último suspiro. Eso me ocurrió luego de hacer unas diligencias el día que vi a Gandhi, rodeado de sus seguidores. Fui gran admirador de él y sus ideas.
Llegué al país del Ganges casi al inicio de la Segunda Guerra Mundial para ocupar un puesto en el Consulado de Benganla, ubicado en la calle número 35 de Chowrighee Road, cerca del río Hooghly. Por esa zona vi mucha actividad comercial, política y religiosa.
También pude ver algunas de las iniciativas de Rabindranath Tagore, de quien fui un gran lector desde muy joven. Tuve la oportunidad de ir en Calcuta a una representación teatral que él hacía al concluir el curso en su conocida escuela de Santiniketan. Aquello fue una gran suma de música, decorado y dirección. Fue la obra de Tagore lo que me hizo viajar a la India. Él fue un artista muy completo, fue pintor y compositor. Pertenecía a una familia de brahamanes. De Rabindranath, sé de memoria El Jardinero, Gitnjah, La Nueva Luna, que son algunos de sus poemarios.
En Calcuta hice amistad con el doctor Braganza Cunha. Gracias a él y algunos de sus sobrinos pude conocer de cerca el mundo espiritual y culto de aquel lugar. Con cierto miedo llegue a estar cerca de los tigres, pues pensé que éstos podían salirse de sus jaulas. De ahí también me impresiono el Museo Antropológico, el cual considero que es uno de los mejores del mundo.
Fui partidario de la buena alimentación, asunto que me conecta con la India por la dieta de su gente, no fui vegetariano, pero me gusto siempre comer saludablemente para que el cuerpo estuviera en una buena condición.
Me atrajo el yoga, una estampa de aquella espiritual nación, en la que me hubiera gustado estar por muchos años para seguir siendo testigo del sari en el cuerpo sus mujeres, el respeto a la vida representado en el ahimsa y el paso de los elefantes por las calles.
Algunas de las vivencias que les menciono han sido la materia prima de ciertos de mis cuentos, como es el caso en que la culebra, que estaba entre mis piernas, que resultó ser mi correa.
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